Arquitecturas interiores ( La propia memoria) – Manuel Aramendía
Francesc Morera nos propone con su trabajo un recorrido complejo por la experiencia del vacio. Para poder seguir esta aventura estética, en primer lugar tenemos que entender y aceptar como base de trabajo una polaridad convencional entre lo interior y lo exterior. Este es quizás el momento más delicado en la lectura del trabajo escultórico que aquí se presenta, pero una vez superada la resistencia a aceptar esta convención lingüistica bipolar vemos que se nos propone una violenta inversión de los términos interior y exterior que condicionará la lectura de este conjunto de esculturas.
Los pliegues actúan en algunas piezas como ropaje de un recién nacido, pero en otros casos parecen evocar la elasticidad de un sexo, en plena dilatación, a través del cual podemos asomarnos e iniciar un viaje hacia lo interior. Pronto entendemos que estamos ante una extraña inversión del nacimiento que nos coloca como espectadores en una situación de “no nacidos”. Con una lógica implacable este nacimiento hacia lo interno nos da visiones fragmentadas de hechos físicos residuales de un tiempo al que sólo podemos acceder a través del sueño. En este sueño plástico nacemos en un espacio críptico que muestra sus sombras sin desvelar su misterio. Reconocemos galerías, bibliotecas, escalinatas, luces cenitales de un complejo arquitectónico preparado para una existencia que está más allá de lo real. Asistimos a una cierta evocación del interior de las pirámides faraónicas y de un viaje en el que se juntan la muerte y el nacimiento.
Profundizar en la comprensión del vacío, sin deslizarse hacia posiciones nihilistas, requiere el reconocimiento de esta comprensión como fenómeno con existencia propia que se manifiesta con un determinado signo. Si nos preguntamos por el signo del conjunto de trabajos presentados por Francesc Morera, nos veremos inmersos en un torbellino de inversiones que reafirman la impresión primera de que estamos frente a una experiencia compleja del vacío.
Sin duda se trata de un fenómeno negativo, ya que muestra una entidad que no existe. La complejidad estriba en que una existencia arquitectónica interior imaginada asume el papel de destino del “no nacido”. Así pues, la entidad que no existe recae sobre el artista y sobre el espectador del mismo modo, haciéndonos sentir el peso del vacío.
Creo que, para descifrar la noción de vacio experimentada por Francesc, puede ser de gran ayuda traer aquí algunas declaraciones hechas por el Dalai Lama del Tibet en 1981, con ocasión de unas conferencias que impartió en la Universidad de Harvard invitado por el Instituto Norteamericano de Estudios Budistas. En una de las conferencias que impartió alguien le preguntó acerca de la entidad de lo que no existe, a lo cual respondió que “sin contactar con la existencia imaginada no se aprende su no existencia”, del mismo modo que “sin conocer lo que es la entidad, no se puede conocer la ausencia de entidad propia”.
Nos apoyaremos en los conceptos de existencia imaginada y entidad para proseguir nuestra lectura escultórica. Es extraordinariamente difícil hablar directamente del hecho nuclear de la entidad, pero podemos referirnos a algunos de sus atributos y ver su funcionamiento como modelo de muchas de nuestras representaciones. Así, concebimos que la entidad es inmutable y a ese modelo de permanencia nos referimos con el término “identidad”. Pero para ahondar en el vacío de las esculturas que nos propone Francesc reflexionaremos sobre el carácter independiente de la entidad. La entidad se caracteriza por no depender de otro principio que no sea ella misma, es necesariamente anterior a toda diferenciación posible.
Cuando Francesc nos hace ver los fragmentos interiores, que no componen un espacio unitario, nos presenta una primera intuición de entidad como cuerpo extraño sin relación compositiva con el espacio que lo acoge, es decir la entidad como visión de “lo otro”, como una arquitectura que irrumpe en otra arquitectura. En este sentido su escultura nos lleva hacia una negación que afirma una entidad. No acaba ahí la peripecia de esta aventura estética por el universo interior, ya que aparece un principio anterior a toda entidad diferenciada. Este principio es la memoria, la cual deshace el principio necesario de independencia en el que se basa la existencia de la entidad.
En este último giro se desvanece la posibilidad de que una diferenciación formal actúe como entidad y así la entidad afirmada indirectamente es el vacío. La memoria es capaz de incluir los olvidos en el denso tejido de la experiencia de vacio, olvidos que no deben ser interpretados como independencia de los principios formales, sino como evidencia de un continuo de existencia derivado de la entidad indiferente.
Son los olvidos los que relacionan las diferentes arquitecturas entre sí. Finalmente hay un tipo de arquitectura que no tiene entidad porque depende del olvido. Ignorar el olvido fundamenta la ilusión de cualquier entidad independiente, mientras que tenerlo presente es una vía secreta de relación. Esta es, a mi entender, la experiencia completa del vacío que nos ofrece la contemplación de la escultura de Francesc Morera.
Manuel Aramendía
Profesor Titular de Escultura
Universidad de Barcelona