Dédalos y escenografías de la ausencia – Ramon Alabau
Te debatías entre la racionalidad geométrica y la visceralidad orgánica cuando te sedujo la idea de la morbidez, el resuello frenético de la vida, la mordedura obstinada del tiempo, el irreductible deterioro de la materia. Querías fijar el inicio quedo, imperceptible y resuelto del estrago o el ansia exultante, corrosiva e irreversible de la putrefacción.
Después quisiste detener, envolver, momificar el vértigo consuntivo de la descomposición. A la blandura evanescente sucedió el temple del vendaje, terso atabal donde harías resonar el eco lejano del cuerpo excluido, elidido, abolido. Vendabas el aire para eternizar la ausencia. Del objeto desaparecido, sólo quedaba el nervio, la tirantez, el impulso, las tensiones. Materializabas, parece imposible, la fuerza febril y fugaz, esculpías una huella terca en el espacio desalojado, como el poso incorpóreo, pero punzante, perdura en la memoria.
Más tarde aquella dermis desnuda te guiñaría el ojo y pondrías tus manos al servicio de la piel tensa que cercaba el vacío y que, anhelando la carne y logrando el bronce, iba adquiriendo grosor, corporeidad física, Ilenándose de curvas y dobleces, “el s plecs i les preguntes”, los pliegues que simulan los intersticios de la vulva y las preguntas que anidan en los meandros del cerebro. El espacio interior, que dicha intemperancia formal delimitaba, era indefectiblemente geométrico, la precisa y austera realidad del cubo.
y el cubo acabaría por reclamarte que llenaras su volumen vacuo. Resurgiría entonces tu fiel empeño arquitectónico, la concepción de universos en miniatura, la gestación de escenarios simbólicos que tradujeran la pisada inmarcesible del tiempo vivido. Verterías luces y sombras, creando un mundo inasequible como los posos del recuerdo, inalcanzable como la imagen en el espejo, accessible únicamente mediante la mirada atenta.
Hemos de acercarnos y observar con detenimiento estas arquitecturas interiores, recorrer con mirada borgiana sus dédalos misteriosos: son tiempo cristalizado. Descubriremos jardines habitables: el espacio recluido, ideal, invulnerable… Encontraremos también los vestigios verticales de un tiempo de magia, de un tiempo de rabia. Como un dios menor, aquell Gulliver que envidiábamos en nuestra infancia, escrutemos los laberintos proustianos, proyectemos nuestras propias ficciones, recuperemos una música extinta.
Amigo voyeur, sé voyant.